Juan Antonio Ventieri -mi papá- nació
en José Mármol el 3 de agosto de 1920 y desde temprana edad manifestó pasión
por escribir. Avido lector de temas filosóficos y de historia argentina.
Cultor de nuestras tradiciones, a
través de las cuáles conoció al Dr. Samuel Tarnopolsky, autor de varias obras
referidas a indios y curanderos, entre otros temas. Amante del lunfardo y dueño
de una memoria prodigiosa.
Ferviente admirador de Jorge Luis
Borges con quien compartía el cariño por Adrogué, su historia y sus personajes,
retratados a menudo en la obra del gran escritor.
Durante 40 años trabajó en Cartuchería
Orbea y en Duperial ocupando distintos cargos relacionados con seguridad
industrial y relaciones públicas.
En 1962 publicó la primera edición de
“Historia de Cartuchería Orbea” y una segunda edición actualizada apareció en
1966.
Incursionó en el periodismo a través
de “Auto Club” donde escribió sobre caza y pesca deportivas a mediados de los
70. Dijo adiós un 23 de diciembre, a los 77 años.
Este
escrito en prosa me lo dejó unos días antes de morir. Lo observé en silencio,
entre sorprendido y felíz, mientras evocaba hechos, nombres y escribía, tal
como hoy lo publico : de corrido y sin cambiarle ni un punto, ni una coma.
Lo vi
llorar de emoción porque intuía que su vela se apagaba. Porque se le había
hecho “muy larga la vida”, como me decía por aquellos días, pero se aferraba a
esos recuerdos de su juventud como al pasamanos del bondi, mientras viajaba en
el estribo de la vida.
Memorias Futboleras
“...una pelota
apasionada,
rotosa o a estrenar,
pero argentina
rodando para siempre
por mi canto
se dejará besar, seguirá
andando...”
(La marcha de la pelota. Alejandro Del Prado)
Mi primer recuerdo futbolero se fija
en la cancha de Adrogué Foot-ball Club entre los años 1925 y 1927. Un alambrado romboidal circundaba la
cancha cubierto en todo su perímetro con bolsas de arpillera cortadas y
extendidas. Con ese arbitrio evitaban que el público viera el partido desde el
exterior. No recuerdo otro detalle. Yo
tenía entre 5 y 7 años. El día de este acontecimiento con mi papá, mi mamá y
mis hermanos fuimos a visitar a una tía que vivía frente al hospital “Lucio Meléndez” -frente sur-.
Otro recuerdo posterior está
integrado por una “Nº 5”
que le regalaron a Roberto, mi hermano. “Es de badana”, decían algunos pibes de la
barra, los eternos detractores. La badana es una piel curtida de carnero que, por supuesto no
resistía el trato violento propio de un partido de fútbol. Las de uso reglamentario eran de cuero
de vaca curtido cosido en gajos. Tenían una cámara de goma (en inglés el
“blade”). Era una pequeña bolsa con un
pico por donde se la inflaba. Había infladores especiales, pero se empleaba con
ese fin los de automóviles o bicicletas ya que los neumáticos de estos
vehículos, que hoy son sellados, en aquella época estaban también compuestos
por una cámara inflable y una cubierta.
Una pelota igual que ésta se
encontraba expuesta en un negocio de la calle Callao, entre Tucumán y Viamonte
junto a unos zapatitos infantiles de fútbol que habían pertenecido a José
Manuel Moreno.
La cubierta de la pelota tenía una
boca por la cual se introducía la cámara dejándose fuera el pico para inflarla. La boca se
cerraba con un tiento, también de cuero, mediante un pasatiento. Este a veces
se zafaba al extraer el tiento hacia arriba y era causante de algunos pequeños
accidentes; mi hermano se lastimó un ojo en una ocasión en la que él junto a
otros “entendidos” no podían sacar un tiento. El “Melena” Wettlin, jugador del
Club Atlético Temperley en los años treinta, perdió la visión de un ojo al
intentar cabecear la pelota, cuyo tiento se había salido, golpeándolo igual que
el azote de un látigo de carrero. Yo ví jugar a ese hombre, ya tuerto, en la
cancha de Cultura. Era wing izquierdo.
Enrique "Melena" Wettlin |
El futbol “institucionalizado” de
José Mármol que guarda mi memoria comenzó con el glorioso Tornillo. Su origen
se pierde en el tiempo... tal vez no queden ya quienes puedan dar fe de su
fundación. Guillermo Mora, Beroco, Marcelo Bonini ya no están... Pienso que
nació por generación espontánea.
Nosotros lo heredamos hacia 1930,
la sede, la esquina de Rosales y
Thorne, un almacén; los escaños, el cordón adoquinado de la vereda; la cancha,
el potrero de Miguel Anoni.
Recuerdo un partido desafío con Los
Mil Colores, una “institución de zaparrastrosos” -yo sé que se dice zarrapastroso siempre
que no se refiera al fútbol- como nosotros. El origen del nombre respondía a
que cada uno jugaba con la camiseta que podía conseguir...cualquier color cabía
en el nombre. Tenían la cancha junto a la vía que llegaba a la estación
Temperley, cerca de la
Divisoria, lado Oeste. Los arcos eran cuatro palitos y el
travesaño un cable.
El réferi nos cobró un penal. Dos
tipos -la barra brava no es invento actual, cuestión de nombre nada más- se
apoyaron en los palitos de nuestro arco achicándolo, pero cuando el delantero
pateó se retiraron tirando de los mismos agrandando el arco, maniobra que le
permitió el travesaño elástico. No protestamos, si lo hubiéramos hecho nos
jugábamos el cuero, y no el de la pelota... Pensamos reclamar ante la AFA pero todavía no se había
creado.
También jugábamos, trifulcas
mediante, con Cinco Esquinas, otra entidad vecina, con sede en la esquina de
Erézcano y Jorge, y cancha en un potrero sobre la calle Erézcano de donde los
vecinos con frecuencia nos echaban.
Un memorable partido fue el que
jugaron las divisiones superiores de Tornillo y Plaza Bynon, equipo en donde
fue arquero Paquito Llusá. Recuerdo entre los nuestros a Roberto Garritano. La
cancha estaba situada en la calle Toll. No recuerdo bien en que momento del
encuentro se apersonó un vecino esgrimiendo un bastón y vociferando que no
podía dormir la siesta a raíz del ruído provocado por el nutrido público. El
réferi, mientras salía por un agujero del alambrado, dió por terminado el
cotejo por falta de garantías. Tiempo después el esfuerzo obtuvo sus frutos. No
sé como, pero alcanzamos a tener once camisetas rojas -¡Independiente nos
asista!- y como premio, once pibes vistiéndolas se presentan en el corso, tal
vez en 1931.
Tornillo se diluyó en el tiempo como
una ilusión, tal vez no fue otra cosa, pero alguien lo afirmó en la realidad:
¡el Lolo Mazzei! Fue arquero de Brown, de Adrogué durante quince años. Fuerte,
hábil y, sobre todo, un gran muchacho.
Brown en 1946. El arquero es "Lolo" Mazzei |
Hablo aquí del fútbol de
potrero...un baldío...una pelota...un picado eran suficiente y vital
convocatoria de pibes y los que habían dejado de serlo. A ellos se sumaban -y
copaban la acción varias veces- los que no olvidaron que lo habían sido, a
pesar del tiempo inexorable. Entonces se producía un fenómeno insólito, en el
picado convivían el padre, el hijo y en casos extremos el nieto.
Si me obligaran a utilizar la
sinonimia, con la que los que sólo hacen que saben llenan páginas del
diccionario, diría remitiéndome a la palabra “potrero” según la Real Academia, lugar
donde se cría el ganado...etc. ¡Mentirosos!. ¡Que los academicistas se agarren
de la etimología que se les cante!, pero que no tiñan con distorciones el idioma,
ese que no es de ellos. Apenas Kant podría ayudar algo al definir el espacio y
decir que no existe en la realidad, sólo es lo que ponemos como trasfondo de lo
que realizamos. Y eso tampoco.
Potrero es un grupo de pibes,
algunos zaparrastrosos, otros no tanto, pero arrimando, que con una voluntad
increíble crean un mundo aparte entre tribunas de cemento o tablón, poco importa, colmadas de gritos y banderas.
Es la pebeta más linda del “cole” que aplaude el gol. Es el viejo cabrero,
ahora felíz, por una vez aunque más no sea, con la atajada del hijo, ese vago
que a veces “se hace la rata”. El potrero es el lienzo en el que cada pibe
dibuja un sueño propio e irrepetible, que lo acompañará toda la vida. Ese que
no borrará ni el laburo, ni el casorio, ni la cuota de la casita. Ese pibe que patea descalzo y de puntín, como
el Lolo, o ese que rompió las zapatillas nuevas...las de ir a la escuela...y
“la vieja se chiva”.
En la calle Thorne, entre Rosales y
Piedrabuena -a media cuadra de la sede del Club Tornillo- un potrero se nos
murió una tarde igual que una pelota desinflada. Lo compraron para construir un
edificio enorme. Fue fácil desmontar los tablones... total estaban hechos de
pura ilusión...lo que sí fue difícil volverse cabisbajos con la pelota debajo
del brazo envuelta cuidadosamente como un perrito con frío.
El primer potrero futbolero que me
devuelve ahora la nostalgia es el que circundan las calles Saenz Peña, Robinson
y Piedrabuena. Era un terreno rodeado de pocas casas lo que ocasionaba un
problema por los frecuentes desvíos de la pelota. Algunos se negaban a devolverla. Esto era
nefasto para las finanzas, había que suspender las prácticas o “rascar” algún
subsidio. Era un estadio reservado para mayores. Recuerdo que los tíos de
Horacio, los Arín, Julio y Juancito y los
Marlow, Perci y Tomy que estaban
bajo bandera como conscriptos, jugaban con el uniforme puesto a veces...Ejemplo
cabal del respeto a la ley. Allá por 1927 se produjo allí un desdichado
accidente. Un pelotazo en el estómago causó la muerte de un muchacho de
apellido Bilbao. Otro potrero en el que se desarrollaban grandes encuentros
estaba situado en Piedrabuena y Onelli, entre dos líneas de casas. Este predio
incluía una calle no habilitada que aumentaba el ancho del campo de juego.
Entre los más conspicuos concurrentes se encontraban Don Manuel y sus hijos
Toto, Arnol, Achín y Leopoldo;
Juancito Logarzo, Esteban Mora (“Beroco”), Julio Arín, mi hermano Roberto y yo.
Aquí los entreveros se resolvian con partidos entre equipos de grandes y chicos
que a veces perdíamos por goleada.
No recuerdo el destino de ese
terreno ya que no volví aunque está a tiro de gomera de la casa vieja. Quizás
lo ocupe un edificio lujoso, de grandes dimensiones, pero si de algo estoy seguro
es que abajo, donde las raíces se prenden a los cimientos, la tierra guarda
recuerdos, allí donde la igualdad es horizontalmente indiscutible siguen
nuestras pisadas, muchas en alpargatas, dirigiéndose a esos cuatro montones de
piedra, ropa o latas vacías, rumbo al gol.
La casa vieja
Había otro potrero-estadio en
Bouchard y casi la vía en donde Roberto hizo de referí. Seguía de cerca el
juego y procuraba que no se detuviera el tiempo, por eso corría siempre próximo
a la pelota con el reloj en la mano (era un reloj de leontina pues aún no se
había difundido el de pulsera). Seguramente aún guarda el silbato... era de
metal blanco y tenía una soldadura de estaño hecha luego de una rotura. ¡Sin
duda una pieza de colección!
Mi Tío Roberto en la época de su breve carrera en el "referato" |
Probablemente el último potrero de
la zona fue el que estaba delimitado por Saenz Peña, Nother y las vías, ya que
lo alcanzó la transición que fue del potrero a la cancha, con arcos de madera,
marcas reglamentarias pintadas con cal y a veces red. En sus últimos tramos de
baldío fue cancha auxiliar del Club Atlético Cultura. Allí recuerdo que Marcelo
Bonini hizo un gol cabeceando la pelota con el “rancho” puesto.
En
ese potrero se armaban partidos entre muchachos mayores, sin la intervención de
“ladillas”. Yo jugué allí pocas veces y siempre entre pibes. Los partidos más
importantes eran los de la tarde, pues tratándose de personas mayores, casi
todos trabajaban sujetos a horario. Salvo alguna trifulca menor -la vez que se
agarraron a trompadas dos jugadores del mismo equipo porque uno de ellos
consideraba incorrecta una jugada- los partidos eran tranquilos. Pero cuando
Miguelucho, el hijo de Don Miguel, negaba la cancha ardía Troya. En el momento culminante de
una acción se apersonó con un cuchillo, disponiendo el final del partido,
rajamos todos por la calle Bynon, el Cholo llevaba la pelota, a la que había
arrojado por sobre el alambrado para luego atesorarla como a un trofeo. Pero la
maniobra no surtía efecto, al rato se reanudaba el encuentro.
Otra vez la cosa fue más cruenta. En medio de un partido,
cruzaba el potrero en diagonal Don Carmen Ceballos, el Pampa Ceballos. Este
hombre -indio pampa- llevaba el apellido de Estanislao S. Zeballos quien en
1880 había recorrido la pampa trayéndolo desde allí a la “civilización”. Había
sido vigilante y solía montar un “gateado” ensillado con un prolijo recado. Vestía
traje, botas cortas, camisa y pañuelo corbata. En la referida oportunidad
mientras cruzaba para cortar camino, un pelotazo le dió justo en la espalda;
peló el fiyingo (1) como una luz... agarró la
pelota y ante la sorpresa general nos mostró que la misma estaba compuesta de
dos partes simétricas divisibles... Envainó el cuchillo y siguió andando, con
el bamboleo que lo caracterizaba, el que había aprendido instintivamente allá
en la toldería
nativa.
(1) Lunfardo. Arma blanca
(1) Lunfardo. Arma blanca
Cuando se fundó el Club Cultura el
potrero se convirtió en cancha auxiliar donde practicaban los pibes de la
sexta, luego se loteó y adquirió lentamente su fisonomía actual, pero no terminó
su destino futbolero. Se edificaron en ese lugar dos casas pertenecientes a la
familia Gómez, que venían de Avellaneda, eran amigos del gran Antonio Sastre
que vivió en la calle Bouchard y los visitaba asiduamente. Yo lo ví una vez
practicando en la vereda. ¡Honor al potrero! Pedrito Gómez me contó que Sastre
tenía la capacidad pulmonar más alta de todos los futbolistas argentinos.
Antonio Sastre
(Foto: futbolistasblogspotcom.blogspot.com)
Otro potrero memorable estaba
ubicado en la calle Mitre al 300. En un partido corrí por la línea de wing -así
se decía entonces- cuando Alfonso quiso ponerme el pie, lo esquivé y mandé un
centro habilitando a los que entraban a cabecear. No recuerdo el resultado,
pero seguramente terminé como siempre a las piñas. Recuerdo, eso sí, la acción
de la hinchada. La fecha era cercana al 24 de junio, día de San Juan. La
costumbre era hacer una fogata a la noche. En un potrero, no futbolero, habían
preparado una parva de cardo chileno seco. Arnol se acercó subrepticiamente y
con un fósforo anticipó el festejo. Salió de la casa un tipo furioso preguntando
a los gritos por qué hacía eso. Antes de emprender la retirada el Gordo dijo : “...y...señor...vivan San Juan
y San Pedro”.
Papá a los 20 años |
Mi último partido lo jugué para
Huracán de las Cinco Esquinas en el potrero de Talín, Erézcano, entre San
Martín y Ramírez. Pantalón negro y zapatillas futboleras, es decir viejas, camiseta
oficial con el globito y todo. Creo que ganamos. (Agustín Cusani, autor de “El
centrofoward murió al amanecer” decía que a él siempre lo sacaban en andas, los
contrarios).
César Fernández Moreno describe casi
fotográficamente la cancha, en un poema que titula “Club
Atlético” :
“Es el menos atlético de los clubes
atléticos
Este club que denuncia aquel pobre
letrero
Dos arcos agobiados, llovidos,
esqueléticos
Se bostezan su tedio a través del
potrero”.
Para mí POTRERO debe escribirse con
mayúsculas pues aún hoy impone su prosapia excelsa a
cualquier cancha, por más tribunas de cemento que tenga.
Respecto del poema, si me fuera
dable hacerle un agregado, copiaría un detalle visto en varias canchas de mi
tiempo, y diría :
“Unas carrocerías descarte de
tranvía
En un costado ancladas ofician de
vestuario
Completan el paisaje la gran
melancolía
De las casitas bajas del barrio
proletario”.
Mientras escribo esto vuelvo en mi
memoria a un potrerito junto a la casa vieja en donde me pongo a patear con un
pibe crecido que cumplió su promesa. Un jacarandá cercano asiste al partido,
sus ramas son un torpe remedo de las manos que lo plantaron y que ahora quieren
alcanzar la cabecita del pibe, y al mismo tiempo, tirarme algunas flores azules
como el cielo “cachuzo de bolita”, al decir de Julián Centeya. Nunca entendí
por qué el adiós se expresa con flores.
Juan Antonio Ventieri
Como me gustaría poder agradecerle a tu viejo este escrito, que me ha acariciado el alma, y le puso a la previa de la siesta, una melancolía atemporal.
ResponderEliminarLo hago en tu persona, que -como dice Silvio Rodriguez- "no es lo mismo ... pero es igual"
Maravillas de la vida que a pesar de todo, sigue siendo hermosa y en colores.
Un abrazo!
Querido Héctor: gracias por estar siempre ahí con tu sensibilidad. Nosotros, los que pasamos (o están a punto de pasar) los 50 nos ponemos lacrimosos con estos recuerdos.
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